COFRADÍA DE LA SANTA VERA CRUZ DE TARAGABUENA

 

BREVE RESEÑA HISTÓRICA:

La cofradía de la Vera Cruz de Tagarabuena, hoy barrio de la ciudad de Toro, se fundó como otras tantas cofradías de sangre de nuestra comunidad en el primer tercio del siglo XVI.  Se fundó En la iglesia de san Juan Bautista de Tagarabuena a juzgar por la data de sus primeros estatutos en el año 1524.  Se encuentran escritos estos estatutos en un precioso cuadernillo de diez folios de pergamino, de 313×220 mm. en letra gótica minúscula, negra, con títulos e iniciales en rojo, decoradas a plumilla, una ilustración policromada del Crucificado sobre un fondo de naturaleza convencional y un par de adiciones al texto de 1589, que el 30 de septiembre de 1983 fue entregado por el párroco del lugar, en depósito y para su custodia, a don Ramón Fita Revert, a la sazón encargado del Archivo Histórico Diocesano de Zamora, donde se halla. Las Ordenanzas de la cofradía fueron aprobadas por el vicario general, Don Antón Fernández, en Toro el 6 de junio 1524, en presencia del abad y mayordomo de la cofradía.

La Vera Cruz de Tagarabuena surgió a imitación de la preexistente de Toro, documentada desde el año 1502 y constituida de tiempo atrás en el convento de san Francisco el Grande. Así, la presencia en las austeras procesiones de la etapa inicial, en uno y otro lugar, de los niños que flanqueaban a la desnuda Cruz con cirios en las manos y cantando la “remembranza”.

La influencia de Toro es comprensible por la proximidad y por la entidad vigorosa que entonces mantenía esta ciudad. La relación de dependencia también se hace patente en el encargo de la imagen titular a Pedro Ducete.

La suplantación de la desnuda Cruz inicial por un gran Crucifijo de recomendables dotes plásticas constituye una muestra reveladora del cambio de rumbo experimentado también por la hermandad taburona, en sintonía con las de su género, hacia la fase de barroquización de los desfiles procesionales.  Con todo, la modestia del lugar y la muy sentida devoción de los vecinos a tan venerada imagen no permitieron incorporar a los desfiles ingredientes aparatosos ni profanos, sino que se limitaron a dignificar los emblemas de la cofradía y a ordenar las expresiones de penitencia un tanto caóticas de la fase inicial, de manera que las procesiones cobraron “autoridad” o “decoro” sin perder rigor penitencial.

En origen encabezaba la procesión del jueves santo la Cruz titular de la hermandad entre dos niños con cirios que cantaban “remenbranza” y, detrás, los cofrades con los rostros ocultos tras un caperuz y vestidos con sábanas o camisa de lienzo abierta a la espalda, para golpearse allí con las disciplinas.  Después, en la etapa barroca, se organizó el desfile, que iniciaba la cruz guión entre ciriales, filas de devotos y entre ellos el hermoso Cristo de bulto de tamaño natural, seguido de los clérigos revestidos y de los cofrades disciplinantes. Éstos, según sus antiguas ordenanzas, tenían la obligación de confesarse antes de la procesión del jueves santo o de la cena. Debían acudir “a las tres (de la tarde) a la dicha iglesia de san Juan con sus disciplinas e otros aparejos que fueren menester”. Allí se despojaban de las ropas de calle y vestían la sábana o camisa de lienzo abierta para la penitencia. “E de allí salgamos con nuestra procesión honesta e hordenadamente… con nuestra cruz… delante e dos niños con dos hachas o çirios a par de la cruz alumbrando e cantando disiendo a altas boçes En Remenbrança de la passion de nuestro señor Jesucristo Amen”.

Acabada la procesión, en un rincón o en la sacristía de la iglesia les lavaban las heridas de las espalas con vino, se quitaban las camisas penitenciales y vestían las ropas de calle, bajo severas penas tendentes a mantener en el anonimato a los penitentes para que su sacrificio no se devaluara.  Así se mantuvo hasta la década de 1770, cuando los excesos de los disciplinantes y la pérdida del valor expiatorio de la penitencia pública en las mentes más ilustradas de la jerarquía eclesiástica y de las autoridades civiles, pusieran en cuestión la existencia de este tipo de instituciones y prohibieron la práctica de la flagelación.  El primer veto a tales expresiones penitenciales partió del sínodo diocesano convocado en 1768 por el obispo de Zamora don Antonio Jorge y Galván que, ante la resistencia de las clases populares, exige su cumplimiento en las visitas pastorales a la comarca e insta a los párrocos a delatar a los transgresores. La Corona se sumó a tan laudable empeño e impuso la supresión de los disciplinantes en todo el reino en 1777.

Las desamortizaciones liberales de siglo XIX empobrecieron a la cofradía, privándola del capital que había acumulado en tres siglos, pero logró sobreponerse a todos los percances y llegó depurada y viva a nuestros días.

Interesante resultan las fiestas que realizaba a lo largo del año, si las comparamos con otras cofradías dependientes de la orden franciscana. No solo obligaba a salir el día de jueves santo en procesión de disciplina y el día de la cruz de mayo, fiesta principal de la cofradía, sino que también celebraba actos significativos en la festividad de San Juan, titular de la iglesia parroquial,  el día de la virgen de la O y en la fiesta de San Miguel, en la que procesionaba su imagen titular hasta la ermita de la virgen del Canto.

SEDE CANÓNICA:

Iglesia de San Juan (barrio de Tagarabuena)

AÑO DE FUNDACIÓN:

1524

NÚMERO DE COFRADES:

50

DIA QUE PROCESIONA:

  • Jueves santo
  • 3 de Mayo (o domingo más cercano)

ATUENDO O HABITO:

Se trata de una procesión popular en la que todo el barrio acompaña a su cristo con ropa de calle

LA COFRADÍA DURANTE EL AÑO: 

Celebra el 3 de mayo (o domingo más cercano)  la festividad de la Santa Cruz  con una solemne misa y procesión.

PASO PROCESIONAL:

  • Cristo de la Vera Cruz. Obra de Pedro Ducete. Año 1589

Hermoso Crucificado romanista modelado sobre matrices de yeso, por mitades, en papelón, imitando no el arcaizante modelo hispano-flamenco, pero sí el material ligerísimo de caña y papel del realizado en Michoacán, que había traído “de las yndias de la Nueva España” y regalado en 1565 a la Vera Cruz de Toro el célebre cirujano don Pedro Arias Benavides. El peso mínimo, casi imperceptible, de esta voluminosa imagen mexicana la hacía recomendable para ser portada en procesión y suscitó emulación.  El escultor Pedro Ducete, que conocía bien las ventajas de tan leve pieza porque era toresano y cofrade de la Vera Cruz, se lanzó a crear imágenes procesionales ajustadas a la estética manierista de tiempo, pero ingrávidas, ahuecadas y conformadas en papelón.

  • Virgen de la Encarnación. Obra atribuida al círculo de Antonio Tomé. Año 1700